He formado en empresas e instituciones públicas durante años. He vivido en España décadas. Pertenezco a una humanidad de siglos, incluso milenios, de historia. Ni años, ni decenas de ellos, ni millares anualidades parecen haber servido para nada.
Creía que con la pandemia tocaríamos un punto de inflexión y en campos como la formación en empresas, ong e instituciones públicas avanzaríamos un paso más. Me equivoqué señores de departamento de personal, políticos, organizaciones no gubernamentales y directivos de empresas públicas, privadas y mixtas. Estaba confundido.
¿Qué ha sucedido? ¿Cómo hemos aprovechado este momento?
Durante mi carrera como formador he asistido a la maravilla de poder compartir con otros seres humanos conocimientos y procesos de transformación pese a los obstáculos. Me enriquecieron y aprendí tanto de todos ellos. Guardo con cariño, miradas, abrazos, sonrisas, tristezas, sentimientos de cientos de personas pese a que en el fondo, quitado este lado humano, no sirvió para casi nada a gran escala. Menos mal que en el plano del tu a tu fue una experiencia inolvidable.
También he vivido el desencanto, la falta de criterio el desinterés de los contratantes de mis servicios o de las consultoras para las que trabajaba.
¿Saben con cuántos cientos de personas he tenido la oportunidad fantástica de compartir un, dos o incluso tres jornadas enteras de formación? Muchos, muchísimos. Me cuesta el contarlos. ¿Podrían decirme a cuántos de mis alumnos he tenido la oportunidad de volverles a ver, de reencontrarlos para saber cómo les ha ido la formación que habíamos vivido juntos? Sencillo: cero.
Poco importa si estos programas venían contratados por las empresas públicas, ong o las grandes multinacionales. A los departamentos de personal, a sus directores y diseñadores formativos, la mayoría de las veces solo les interesaba cubrir el expediente. Decir que hacían. Justificar gastos de un presupuesto de formación, aprovechar subvenciones administrativas y de cara a los públicos diferentes, accionistas, votantes, sindicatos, comités de empresa, mostrar que hacían algo por mejorar la calidad, el bienestar, la integración, la solución de conflictos, la disminución del estrés, la comunicación interna, la externa, la responsabilidad social corporativa, la integración de la diversidad de todo tipo, la conciliación familiar…
Nunca he vuelto a ver a mis alumnos en programas de formación. No sé cómo han digerido, aplicado lo compartido. El plan de un año, se sustituía sin criterio ni continuidad en la misma empresa por algo distinto. Este ejercicio toca moda la comunicación, solución de conflictos, el siguiente el género y al otro la conciliación y más allá el bienestar organizacional.
Y, además, trabajado desde abajo.
Es decir, pongo en manos del empleado, del mando intermedio una herramienta para manejar las emociones, pero el jefe superior, el director, el político sigue actuando de la misma manera y la cultura empresarial o de la administración de abuso de horas, de discriminación salarial… se perpetúa y yo, CEO, cargo electo, en la cúspide de la pirámide, no tengo porque cambiar. Que lo hagan ellos y se adapten a mis despropósitos.
Eso si, ya tengo argumento para hacer que el empleado al que se ha dotado de útiles de coaching, emocionales, de PNL, de gestión de estrés, de maneras de estar bien… controle sus reacciones a los gritos, la falta de coherencia en las actuaciones de la empresa, la ausencia de honestidad de los mercados, mi corrupción y acoso laboral… La culpa ahora ya no es mía, ni de la organización, es del individuo al que, a pesar de haberle formado para que sus emociones no sean un obstáculo en su aguante, que su estrés no le paralice y baje su productividad… sigue igual. Continúa amargado por tener que salir a las nueve de la noche, porque no soporta que le pongan mala cara cuando se queda embarazada, no se resigne cuando castiguen por soportar la ineptitud o los malos tratos de su superior…
Acciones paracaidistas
Si, he formado parte de esos asalariados que intentaban que el empleado, el jefe, el CEO fuese mejor, más elder, mejor persona. Y todo ello con un compromiso de hacerlo en unas pocas horas. De sacar mi varita mágica y convertir una institución entera en algo amable y respetuoso con el ser humano y todo lo que le rodea. Eso sí, en solo, como mucho, unas decenas de sesenta minutos. Después… ningún seguimiento. Nada de volverse a ver con los grupos para observar, evaluar, poner en marcha aquello que podía ser mejorado y reconducir lo que tal vez no era adecuado. Y eso una y otra vez tras reuniones con directores de departamentos de recursos humanos que nunca supieron ver que las acciones tipo paracaidista que ahora explicaré, no tienen ningún sentido. A ellos les sirven de cara a una galería de miopes, pero no ante la perspicacia de ciudadanos, clientes, empleados, mandos intermedios incluso directivos con una capacidad de visión amplia y crítica. Lo reconozco, mi trabajo, en general no ha servido para mucho en escala macro. Y al final ha generado con los años muchos desencanto y que los que asisten a las formaciones sepan que a pesar de todos sus esfuerzos nada cambiará porque nadie está interesado en cambiar más allé del curso al que, a veces, le han obligado a asistir.
Me refiero con acciones tipo paracaidista a aquellas en las que mediante un contrato de un par de jornadas te enrolan para que cambies la manea de hacer de un grupo mediante un coaching grupal, un proceso cualquier tipo de grupo, un curso de formación, un taller, una conferencia motivacional… Llegas. Te sueltan desde las alturas en medio del fragor de unos seres humanos con un histórico de conflicto y abuso importante y zas. Has de producir un cambio con tu metralleta de paracaidista mágica. Y si no lo haces, si no eres evaluado por el grupo con un 8 o un 9, no hay problema. Llamarán para el siguiente desembarco, a otro formador que se verá abocado a lo mismo. La culpa es tuya por no haber alcanzado los estándares. Y al final llegas a la conclusión que en el fondo, aparte de justificarse, lo único que desean es tener entretenidos a los empleados unas horas fuera de su entorno laboral mientras el formador “anima” de la mejor manera que sabe, las horas en común con técnicas variopintas y, motivadores y teatriles. Aun a sabiendas que de que no servirá a largo plazo lo que allí se comparte y ha tardado años en desarrollar después de dilatadas carreras profesionales y miles de euros en formaciones.
¿Les importa a los departamentos de personal? A mi, en casi todos los casos me han demostrado que no. Incluso he tenido momentos en que me han llamada con el argumento, tenemos un presupuesto no gastado que hemos que justificar antes de final de año ¿qué se te ocurre que podemos montar? Y ahí están esas charlas motivacionales en las que un shwoman más o menos capacitado sea deportista, médico, formador, o funambulista, durante una horita hace que el nivel emocional de la sala se dispare y pasen un buen rato. Luego… ¿sirve para algo a nivel grupal? Lo dudo. La información por si sola no produce cambios. No da transformación. La única via es implicarse en procesos, contraponer mis sentimientos con los de mi compañero de trabajo, con el otro ser humano a mi lado, demostrar con nuestras acciones lo asimilado. Si no sería sencillo. Te lees todos los libros de autoayuda, iluminación, transformación del mercado y trabajo hecho. Y hemos constatado que en el supermercado espiritual, en el del midnfulness, emociones, animadores motivacionales, etc. , solo lo que se vive transmuta. Lo que se lee y escucha, se olvida. El cambio requiere tiempo, dedicación, implicar a todos los actores, seguimiento, paciencia, acciones continuadas… el paracaidista, llega, realiza su acción y desaparece lo más rápido que puede intentando no salir dañado del territorio enemigo y con todas sus partes físicas y mentales lo más preservadas posibles. Y he formado en todo tipo de empresas, grandes, pequeñas, nacionales, multivérsicas, públicas, funcionarios, ingenieros, políticos, grandes directivos, pequeños empresarios…
Enfrentamiento, despropósito y desencanto
Creía que con la crisis del Coronavirus tal vez las cosas serían diferentes. Al revés, se ha agudizado el enfrentamiento, el despropósito y el esperpento.
Hay seres humanos que han emprendido una senda de búsqueda interior muy interesante. De mirar los propios fantasmas como mantenía Jung, de atravesar los dçias oscuros del alma y otros, el conjunto que… En fin. Hay un psicólogo canadiense Steven Pinker que mantiene que formar a los individuos para que su razón esté más entrenada no es suficiente. Es como soltarlos en plena oscuridad creada por la sociedad. Para que la razón actúe hay que cuidar cuales son las reglas del discurso que empleamos en todos nuestros ámbitos vitales. Si solo empleamos el descrédito, el ataque, la mentira… ¿existe la más mínima posibilidad de que nuestras acciones sean coherentes con el bien común?
Las empresas han dejado de formar de manera presencial. Lo cual es algo a tener en cuenta en un momento en que parece que el contacto interpersonal puede ser peligroso por temas de contagio.
Ahora viene la gran jugada: La teleformación.
A los ya saturados empleados públicos o privados, densos hasta la saciedad de estar, aislados, gestionando sus familias en el mismo espacio que su trabajo, sus duelos, sus enfermedades, parapetados tras sus ordenadores horas y horas, en sus casas donde gastan su propia calefacción, su Internet, sus recursos, incluso en muchos casos su propios equipos informáticos y teléfonos, les colocamos más tiempo de formación on line que refuerce su enclaustramientos y desconexión. Eso si, sin retirarles o rebajar las funciones, tareas y carga laboral durante el tiempo que dure el estar enganchados en una formación, que la mayoría de las veces ni han solicitado, ni les interesa. Y es más, saben que nada va a cambiar en su día a día, porque, con mucha probabilidad, sus jefes, la estructura de su empresa seguirá siendo la misma.
Nos encontramos con que estamos teleformando a grupos en los que mucho no quieren ni siquiera encender la pantalla. Eso les permite seguir atendiendo al cúmulo de correos, gestión de expedientes, incluso llamadas de clientes y de sus propios jefes y wssp que les saturan. ¿Imaginan que ustedes vayan a un curso en el que se supone que la participación es necesaria y además importante para el descubrimientos de lo que se va a tratar en él y el desarrollo de nosotros como participantes? Pues esto se está dando. Conectas con el grupo y tras presentarse, algunos desconectan la cámara. Y no ocurre nada. Una crítica y obligación a estar conectado puede significar una predisposición negativa hacia el facilitador y… que no te vuelvan a llamar si te enfrentas o sugieres que no es adecuado que alguien no aparezca en pantalla. Además se desequilibra el sistema y unos se convierten en espectadores de las intimidades de los demás. Parece mentira ¿verdad? Pues real como el despropósito de esas ruedas de prensa que dan los políticos sin permitir a los periodistas ejercer el derecho a preguntar. Es racional desde el punto de vista de los que lo llevan a cabo, oscuro para la la sociedad o el grupo.
No nos engañemos. estas teleformaciones no sirven para reducir el aislamiento y a duras penas para crear una atmósfera de grupo y confianza.
Y ya ni siquera tienen el acicate de, al menos pasar unas horitas amenas con un formador paracaidistas que trata de hacerles pasar un buen rato y tomarse un café con los colegas.
Sigamos sumando. ¿Cuánto se recuerda de un curso de teleformación? las curvas de recuerdo, está probado en publicidad, cada vez son menores. es decir, cada vez recordamos menos de todo el bombardeo al que nos someten a través de los medios de comunicación. Nuestra capacidad de evocar lo que sucedió hace unos días, del anuncio que vimos apenas unos minutos antes de ahora misma, se olvidan. de hecho no se si habrá visto usted que en las pausas publicitarias entre cortes de programas o películas, repiten varias veces el mismo anuncio. Eso hace unos años era inviable, por presupuesto y por que tal vez, no era necesario, recordábamos canciones, imágenes, eslóganes de lo que nos intentaban vender. Ahora… imposible. Si vamos en la línera de más de lo mismo, seguir utilizando el medio que nos satura para además entrar en el campo de la formación… miel sobre hojuelas para que sirva para nada.
Y la oxitocina, una de las hormonas de la relación, de la cohesión de grupos, estoy convencido que no llega ni a una milésima en la teleformación de los niveles que se alcanzan en formaciones presenciales. Por tanto imaginemos lo que esto supone en la solución de conflictos de grupo, en la formación de líderes, en la creación de equípos…
Además, el departamento de recursos humano, espoleado por los de las áreas financieras da una vuelta de potro a las empresas de formación exigiéndoles que lo que antes eran un par de decenas de horas, como mucho, ahora se tienen que resumir a un par de ellas. Y maravilla de las maravillas, obtener los mismos resultados. Y para terminar, la guinda, reducir los precios dado que son on line. Como si lo formadores no tuvieran que emplear muchísimas horas en preparar propuestas, documentos, estructuras, metodologías, imágenes… Porque claro, “queremos que sea tipo película Disney incluidos sus efectos especiales para que “el publico” mantenga la atención.
Y si seguimos retorciendo, como los presupuestos son tan bajos, hacemos que formadores con decenas de horas, experiencia, titulación, tengan que salir del mercado porque es mejor contratar a quien en unos cuantos meses, sin experiencia previa, sin haber trabajado nunca en una multinacional o en la función pública, se permiten “formar” a estos públicos y directivos. Recién salidos de “academias de formación”. Y claro esto se nota. Se nota y mucho. ¡Qué más da! Viva el becario, el formado en cuatro fines de semana, el joven sin experiencia… si lo que interesa es cubrir un expediente, no va a haber más continuidad y poner en una estadística un aspa: acción realizada y a otra cosa. Y encima… hemos ahorrado.
Por fortuna ya no formo. Me puedo permitir una crítica de este tipo. ¿Con que objeto? Con el de permitir una reflexión a los directivos de empresas, a los departamentos de recursos humanos, a las áreas económicas, a los políticos y técnicos que se encargan de programas de formación y a mi mismo. Nos jugamos el futuro, la motivación, el bienestar, la salud de las estructuras familiares sean del tipo que fueren, la disminución de enfermedades físicas y psicológicas, la bajada de la conflictividad entre seres humanos, la felicidad de todos y por extensión del Planeta. Ya sé que esto son palabras y que importan poco. Pero a mi me es fundamental escribirlas, intentar comunicarlas. La comunicación no es otra cosa que comunión entre almas. Al menos tratar que una gota de agua genere alguna onda en la consciencia global. Que se produzca un contagio de cordura, de coherencia de cooperación y honestidad. La supervivencia del bienestar global del planeta está más comprometida que nunca es este terremoto de miedo que se cultiva entre todos.
Ahora como un periodo de la historia muy crucial son necesarias formaciones presenciales.
Acciones con coherencia, mantenidas en el tiempo, con seguimiento, donde los ojos de los participantes se crucen.
Espacios con muy, muy buenos formadores experimentados capaces de gestionar el trauma, los dolores y duelos de los grupos en este periodo tan difícil al que le queda mucho por terminar. Si no acabará por enquistarse y saldrá de manera inadecuada en el momento más inoportuno.
Donde no haya engaño y todos los estamentos de la empresa, ong u organismo público se impliquen para un hacer y empezar a sentir de una manera diferente.
Con honestidad y sin maquillaje, a cara descubierta ante los públicos internos y externos.
Que las palabras no sean sólo susurros sin sentido en la oscuridad: bienestar organizacional, felicidad en la empresa, asertividad, elderazgo, empatía, sinergia, respeto, integración, conciliación… Sólo crean desconfianza y que nuestros empleados, públicos… no vuelvan a confiar en nosotros. Miente una vez y el mundo para ti se habrá transformado para siempre.
Espacios y tiempos donde los recursos se empleen con cabeza, en acciones a largo plazo y no en hechos puntuales de cosmética para auditorios “club de la comedia”. Programas que tengan hondura y luz y no sean puntos falsos en un universo estratégico sin conexiones a nada ni a nadie.
Discursos sin el sesgo de la profundidad explicativa en el que los departamentos de personal, de formación, financieros crean entender algo profundo como el alma del ser humano y sus necesidades y lo traten desde una simpleza sin sentido y con consecuencias muy dolorosas a largo plazo para el individuo, la empresa, la sociedad y el Planeta. Cuantos ejemplos hemos visto de esto en escuelas como la de Milton Friedman y sus Chicago Boys creadores de la crueldad de las dictaduras que apoyaron y desarrollaron en aras de explicaciones económicas falsas y por las que este señor obtuvo un Premio Nobel al que desprestigió para la eternidad.
Que todas estas reflexiones sirvan para los más altos fines.
Quería recoger un resumen de la contraportada de un libro de la editorial estaciones sobre una charlas que impartió Krishnamurti en la localidad de Saanen, Suiza en 1981. Me parece que plantea un texto reflexivo muy interesante. Este pensador plantea el condicionamiento de la mente como si se tratase de un ordenador, incluso llega a afirmar que «el cerebro ha sido programado».
Esta programación es el resultado del medio ambiente familiar y social y de la educación. Esto hace que una persona se identifique con una religión particular, se torne ateo o adopte una de las divisiones del partidismo político. Cada cual piensa con su particular programación que lo domina, cada uno esta atrapado en su propia madeja del pensamiento.
El yo, el ego, la personalidad no es más que la manifestación personal de una programada madeja del pensar. El Pensar por tanto es un proceso material, el funcionamiento del cerebro no es en si mismo inteligente. Obsérvese la cualidad dividida cuando el pensamiento afirma «yo soy musulmán»,» Yo soy católico», cada «Yo» se opone violentamente al otro.
Krishnamurti señala que la libertad significa llegar a ser libre de la programación que se ha impuesto al propio cerebro. Esto implica la pura observación de la naturaleza del pensar, quiere decir observar sin el pensamiento un paradoja que se resuelve por el hecho de que cuando hay «pura observación» no hay pensamiento. «La observación es una acción en si misma», es inteligencia, lo cual libera de toda ilusión y temor.
Dan Winter, físico, psicofisiólogo, músico, investigador poligráfico, analista de sistemas IBM
56 años. Nací en Nueva York y vivo en el campo, en el sur de Francia. Tengo pareja. El éxtasis, la felicidad, las experiencias pico… son absolutamente necesarios para la salud y son pura física. Mis conocimientos como ingeniero eléctrico conforman mi idea religiosa
Sabe esa aureola que les ponen a los santos…? Es pura ciencia.
¿Se puede ver y medir?
Uno de mis colegas, el profesor Konstantin Korotkov, catedrático de la Universidad de San Petersburgo, ha creado un aparato, el GDV (visualización por descarga de gas), que conectado a la punta de los dedos ya un ordenador muestra el aura de todo el cuerpo; es decir, el campo energético.
¿…?
Están utilizándolo ya más de 10.000 médicos, incluida la asociación médica estadounidense. Con el GDV obtenemos información sobre el estado físico y psicológico del paciente. Nos permite abordar un nuevo nivel del ser humano, el energético.
Póngame un ejemplo concreto de lo que puede medir el GDV.
La empatía entre las personas: vemos cómo el aura de las parejas bien avenidas se mue- ve entre los dos cuerpos; y también cómo la gente que toma drogas, legales o ilegales, tiene agujeros en su aura.
¿Y usted investiga con eso?
Sí. Entre otras cosas, con lo que ocurre con el aura tras la muerte.
Creo que tendremos que ir despacio.
Cuando morimos, el campo eléctrico, o lo que llamamos vida, sale del cuerpo. Las constantes de Kluver (un científico que se dedicó a investigar las experiencias cercanas a la muerte) es lo que la gente suele ver cuando muere. Se trata de un patrón de simetrías.
¿Todos ven lo mismo?
Sí, primero ven una rejilla, luego una especie de telaraña, un túnel y finalmente una espiral. Lo que hemos descubierto es que esos cuatro pasos se corresponden con la geometría de pliegues de nuestro ADN.
¿Y?
Nosotros somos un colectivo de 3 billones de células, y probablemente cuando morimos nuestro campo electromagnético se va hacia el centro de cada una de esas células, nuestro ADN, para luego salir de nuestro cuerpo. Adónde llegue después depende del grado de fractalidad del entorno en que morimos y de nuestra preparación; puede llegar a cualquier punto del universo.
Defíname fractalidad.
Una rosa, un helecho, una piña, las muñecas rusas…, es decir: el interior tiene exactamente la misma forma que el exterior, y eso es lo que produce la fuerza centrante, la implosión, lo que provoca que todo se mantenga alrededor de un centro, incluido nuestro campo electromagnético. En realidad, la fractalidad es lo que genera la gravedad.
¿Todo se pliega sobre sí mismo?
Si, sólo existe una forma que se comprime infinitamente. Imagine un pequeño chip en el que cabe toda la información del cosmos; eso es lo que llamamos vacío, que en realidad alberga toda la energía del universo.
Nuestro campo magnético va variando… ¿en función de qué?
Lo que comemos, dónde nos encontramos y cómo nos movemos. Un edificio metálico y cuadrado es lo opuesto a fractalidad. Pero durante una experiencia cumbre, las ondas cerebrales generan la proporción aurea.
…Que obedece toda la naturaleza
Sí, desde una caracola hasta las galaxias, desde nuestro propio cuerpo hasta los átomos; todo tiene la misma proporción: es el punto de unión de nuestro universo, el camino de la unidad, el número phi.
¿Phi o Pi?
Pi es la constante que permite pasar de la línea al círculo, y phi nos permite pasar del círculo a la espiral, reentrando en ella mis- ma. Es lo que llamamos autoconsciencia.
El personaje Max Cohen, de la película “Pi, fe en el caos”, ¿se inspira en usted?
Sí, pero debería haberse llamado phi y no pi, el productor le cambió el título en el último momento. La película describe cómo todo está compuesto de espirales y expone paralelismos directos de mi vida.
¿Y ahora qué le ocupa?
La bioretroalimentación, que nos ha permitido discriminar las emociones en términos eléctricos, de ahí mi expresión emoción coherente. Eso ha inspirado notables investigaciones.
¿Con algún resultado revelador?
Se midió, de un modo totalmente replicable, que el efecto de la ordenación coherente de los armónicos del corazón en los momentos de compasión o amor causaba una repercusión en el trenzado del ADN.
¿Qué significa eso?
Que las emociones afectan directamente a nuestra genética. Y tiene diversas aplicaciones: en estos momentos, con mi equipo de Inglaterra estamos buscando campos eléctricos bioactivos.
¿Qué es eso?
Sabemos que una pirámide o un dolmen pueden afectar a la germinación de semillas, e investigamos cómo crear un campo eléctrico que prevenga el envejecimiento…, lo opuesto a vivir en edificios y ciudades como los nuestros. Todos los edificios sagrados están construidos siguiendo la proporción áurea, de manera que generan un campo eléctrico que facilita el crecimiento, y eso hoy podemos medirlo.
¿Tenemos que cambiar de vida?
Las enseñanzas espirituales son, en el fondo, enseñanzas eléctricas. Sólo tenemos que crear entornos más fractales, comer comida fractal y hacer ejercicios que nos armonicen con el exterior, así nos llenaremos de vida y consciencia.
Tenemos un problema y no paramos de hablar de él con amigos o con la almohada. Podemos llegar a ser obsesivos y repetir una y otra vez la misma cantinela. El hecho de hablar de ello nos alivia (cuidado que es peor tragárselo todo y no compartirlo con nadie). Pero quizá la solución pase porque una vez hayamos hablado de nuestros problemas, comencemos a transformar los temas de nuestras conversaciones. Las conversaciones que mantenemos nos definen. Todos tenemos personas en nuestro entorno que sabemos que si quedamos con ellas nos hablarán de lo mismo: que si sus hijos, que si el fútbol, que si las enfermedades… Son parte de sus pasiones o de sus obsesiones porque lo que hablamos nos atrapa. Nuestras palabras configuran nuestro mundo de realidades. Si pensamos que nuestro jefe es una pesadilla y lo repetimos a sol y sombra, será muy difícil observar algo distinto de él o de ella. Como hemos dicho en alguna ocasión: el objetivo para la felicidad no es tener la razón, sino ser prácticos con nuestras propias emociones. Y nuestras conversaciones nos encienden ciertas emociones. O si no, piensa cómo te quedas después de hablar de lo mal que va el país, la empresa, la pareja o lo que sea… Por ello, si quieres sentirte bien contigo mismo necesitas revisar cuáles son las conversaciones que mantienes. Veamos tres claves para ello:
Hablar no es conversar.Hablar es solo una parte. Hablar no cambia necesariamente los sentimientos, las ideas propias o de los demás; sin embargo, la conversación nos ayuda a transformar nuestra forma de entender el mundo, como sostiene Theodore Zeldin, en su libro “Conversación”. La conversación es más permeable. Implica escucha, tener la curiosidad sobre el otro y estar dispuesto a cambiar nuestras propias ideas iniciales (por eso, quizá las conversaciones más estériles entre conocidos son las políticas… es difícil que alguien varíe el punto de vista, por otros motivos que no son conversacionales). Por ello, ¿qué porcentaje del tiempo hablas y cuánto conversas?
¡Necesitamos amigos conversadores! A veces cuando vivimos un problema con la pareja, las mujeres solemos llamar a amigas (y los hombres a amigos) para contar lo mal que nos va y los errores que cometen “siempre” los hombres (o las mujeres). Esas conversaciones nos alivian. Total, todos estamos en el mismo barco… pero no necesariamente nos ayudan a crecer. Una conversación te reta internamente. Cuando tengamos un problema, sea cual sea, necesitamos que no nos den continuamente la razón y escuchemos otros puntos de vista para ampliar nuestro enfoque. ¿Con qué personas tienes la posibilidad para compartir buenas conversaciones?
Abramos nuestros temas de conversación. En la China antigua había asociaciones poéticas que reunían a mujeres para conversar de otros temas diferentes a las tareas domésticas. Es un buen ejemplo para comprender que hagamos lo que hagamos, necesitamos incluir temas de conversación más allá de nuestros problemas u obsesiones, que nos alivien de lo que nos duele o simplemente, para comenzar a contemplar la vida de una manera más amable. Piensa, por ejemplo, en la última semana de qué has estado conversando con la pareja, familia o amigos…
Recordemos: los cambios se producen con nuevas conversaciones y aunque tengamos la tendencia o la necesidad de insistir en algo una y otra vez, tomemos conciencia de si eso nos ayuda o no. Tengamos la fuerza para “obligarnos” a abrirnos a conversaciones diferentes y más amplias primero con otras personas y segundo, con nosotros mismos. La conversación crea nuestro mundo y a pesar de lo que nos suceda, tenemos la capacidad de construir realidades más agradables si somos capaces de cambiarlas.
Es médico, activista y payaso, y más conocido como el “doctor de la risoterapia”, aunque no le gusta asociar “risa” con “tratamiento” porque para él el humor es mucho más importante. Su sueño es ejercer una medicina feliz, divertida, amorosa, cooperativa, creativa y considerada. Patch Adams.
Médico, activista y payaso. El orden de los factores no altera la talla humana de Hunter Doherty Patch Adams, rozando los dos metros de altura, frisando el cielo con su coleta multicolor de eterno “hippie”. A sus 69 años, el médico más iconoclasta e irreverente del planeta, inmortalizado en el cine por Robin Williams, sigue propagando su personalísima visión de la salud y arremetiendo sin piedad contra el sistema.
Desde 1971, la peculiar revolución del famoso médico y cómico tiene un nombre: Gesundheit (“salud”, en alemán). Así se llama su sueño, aún no materializado del todo, de construir un hospital rural en Virginia del Oeste donde se pueda ejercer una medicina con seis cualidades fundamentales: feliz, divertida, amorosa, cooperativa, creativa y considerada.
¿Usted fue antes payaso, activista o médico?
Digamos que ser médico y payaso es la forma más noble de activismo. Aunque creo que la primera chispa fue la del activismo. Cuando era adolescente lo pasé muy mal. Me hacían la vida imposible en el colegio y no soportaba las injusticias en el sur segregado donde me crié. Intenté suicidarme y me metieron en un hospital psiquiátrico. Y allí descubrí no sólo que podía curarme sino que podía ayudar a los demás. Entonces me hice un propósito: “En vez de intentar quitarme la vida, voy a ser feliz a toda costa… Y voy a empezar una revolución basada en el amor”.
¿Cuál es la peor de las enfermedades?
El capitalismo de mercado, sin duda. Hemos convertido la medicina en un negocio sucio y avaro, en subproducto mercantil que trata a la gente como meros consumidores, y no como ciudadanos o personas. ¿Qué se puede esperar de un doctor que dedica siete minutos como promedio a sus pacientes, como ocurre en Estados Unidos? ¿Qué se puede esperar de un sistema deshumanizado que se lucra de la enfermedad? A veces pienso que Freud tenía razón, cuando escribió en La civilización y sus descontentos que tal vez las enfermedades mentales son la respuesta natural a una sociedad desquiciada.
¿El sistema de salud es acaso el reflejo de una sociedad enferma?
Yo diría que es causa y efecto. Mientras los valores dominantes sigan siendo el poder y el dinero no hay nada que hacer. El ganador se lo lleva todo: esa es la ley de vida que nos viene impuesta por este sistema masculino que sigue imperando a todos los niveles, de la salud a la religión. ¿Y cuál es la mejor receta?
Lo que necesitamos es feminizar la sociedad. Hacen falta más mujeres líderes, pero no al estilo de Thatcher o Condoleeza Rice. Tenemos que darle la vuelta a la escala de valores hasta poner por encima de todo la generosidad y la compasión, que son dos virtudes femeninas. No hay nada como darse a los demás. Paz, justicia y cariño, esa es mi trinidad favorita.
¿Y qué tiene que vez todo eso con ir vestido como payaso?
Hasta el líder más serio pierde la compostura cuando me ve vestido de esta forma. El humor es un arma de desarme masivo… ¿Por qué le molesta entonces que le llamen el Doctor de la Risa o el Padre de la Risoterapia?
Es que la risa no es una terapia, como tampoco lo es la música. Terapia suena a cirugía, a homeopatía, a tratamiento… La risa y la música son mucho más. Yo diría que son la vida misma, una parte esencial de nuestra condición de humanos. Lo que no es de humanos es la seriedad. No conozco una sola enfermedad que se cure con la seriedad, con la ira o con la apatía. No llegaremos muy lejos si nos ponemos muy serios. Lo más curativo es el amor, el humor y la creatividad.
¿Aún quedan médicos con alma?
Sin duda. Mucha gente llega a la medicina por pura vocación, porque quiere ayudar a la gente. No hay mayor deleite en la vida que darse a los demás ni mayor privilegio que cuidar de algo o de alguien. Yo lo llevo haciendo casi toda mi vida y seguiría pagando por poder hacerlo aún muchos años.
¿Qué relación existe entre la medicina y la poesía? Le acabamos de oír recitar de memoria las “Hojas de hierba” de Walt Whitman…
La poesía también es curativa. Es algo así como una pócima que nos recuerda nuestra condición de humanos. Nos transporta a otra dimensión y hace que la vida sea más rica e intensa. A mí me sirve también para ejercitar la memoria. Llevo decenas de libros grabados en la sesera: es una práctica muy sana que empecé a practicar de joven y la sigo ejercitando.
Con el cine tuvo sin embargo sus más y su menos. ¿Es cierto que no le gustó la película?
Tuve mis más y mis menos con los “clichés” de la película y con el resultado general. Pero siempre sentí una gran admiración y respeto por Robin Williams. Era un gran comediante, un maestro de la improvisación. Pero no sólo eso: tenía una gran talla humana. Era un tipo generoso y compasivo. Sabía cómo desdramatizar las situaciones y crear buen ambiente a su alrededor.
¿Cómo fue su relación con él?
Tuvimos una relación bastante cercana antes, durante e inmediatamente después de la película. Nos invitó a su casa, y ahí pude comprobar su auténtica personalidad. En el fondo era un introvertido que vivía bajo el peso de la fama. De joven tuvo problemas de adicción al alcohol y las drogas, de adulto buscó refugio en la soledad… Me dolió, eso sí, que no donara una parte de los 21 millones de dólares que cobró al Instituto Gesundheit. La gente de los estudios me advertía: ni se te ocurra pedirle un centavo a Robin. Yo creí ingenuamente que la película iba a servir para dar un gran impulso al proyecto, y no fue así. Robi Williams me hizo famoso, pero yo habría querido algo más.
¿Cómo le afectó su suicidio?
Su muerte me causó tristeza y me hizo pensar mucho en las causas. Yo creo que Robin Williams murió bajo el peso de su propio papel. Millones de admiradores esperaban mucho de él, y era de verdad muy querido: creo que pocos actores llegaban a su nivel. Era un hombre tremendamente divertido, pero en su forma de mirar y de hablar podías percibir también un fondo de tristeza. Y también mucha humildad: nunca le vi ponerse por encima de nadie. Nunca ejerció de famoso, pero quizás la fama le pesó más de la cuenta.
¿Y cuál es su personal antídoto contra la fama?
Me pellizco mucho y me hago daño. Huyo de los autógrafos y solo me presto a hacer “selfies” con la gente si hacemos algo irreverente, nos metemos en el dedo en la nariz y ponemos cara de payaso. Y contesto personalmente a mano decenas y decenas de cartas todos los meses. Sigo viajando unos 300 días al año: escribir a la gente, en todas las partes del mundo, es la cura perfecta para la nostalgia.
Cuanto más conectados estamos, con más rapidez se produce los cambios.
Quizá tenga que ver con el fenómeno de entrelazamiento cuántico. Esa propiedad descubierta por los físicos que nos dice que dos partículas que han interaccionado, cuando las separamos siguen de alguna mara relacionadas. De tal forma que si modificamos algo en una de ellas, se produce lo mismo en la otra aunque se encuentren a ambos extremos de la galaxia.
Nicholas Negroponte hablaba del factor de multiplicación de las tecnologías. Si voy a pie puedo recorrer cinco kilómetros en una hora, más o menos. So voy en una bicicleta es probable que pueda hacer veinte. Es decir, que he multiplicado mi capacidad por cuatro. Si lo hago en un avión supersónico tal vez llegue a los 500 kilómetros en una hora y entonces el factor será de 100.
Por lo tanto si juntamos la velocidad que nos permiten las nuevas posibilidades tecnológicas a esa capacidad de producirnos cambios por conexión, tenemos un cóctel maravilloso y pérfido al mismo tiempo. Nos encontramos siempre en un mundo dialéctico, dual. Lo blanco y lo negro, lo bueno y su contrario.
Que sepamos nunca hemos tenido una manera de acceder a la información tan rápido como ahora. Tenemos un acceso masivo. Poseemos más datos que nunca y tal vez menos posibilidades de sabiduría que en ningún otro momento de nuestra historia. La información, no es conocimientos. Sólo es una acumulación de bits en nuestro ordenador neurológico.
Si queremos desinformar a alguien, solo tenemos que bombardearle de información. Damos la apariencia de trasparencia y, sin embargo, al final no hemos contado nada del fondo de lo que es necesario para saber qué es lo que en está sucediendo.
Despistamos, como los magos llevando la atención al cúmulo de datos de una mano y omitimos lo importante en la otra. Cada día lo observamos a través de la manipulación política, económica, religiosa… Y manipular es muy sencillo…emoción (miedo) más bombardeo de datos permanente.
La aparente sencillez y celeridad de las tecnologías: Google Wikipedia, Youtube… puede hacernos vagos, delegar nuestro poder de evaluar, comparar, contrastar la información para tener acceso a conclusiones. Esto nos separa del deber de gestionar de manera activa, consiente y ética la información a la que tenemos acceso en gran cantidad y de manera casi instantánea. Nos aleja de la sabiduría que es lo que nos lleva a la evolución personal.
Arnold Mindell, comentaba la importancia de ir hacia una democracia profunda en la que asumimos la responsabilidad de nuestros actos y nos conformamos en protagonistas del cambio global cambiando cada uno de nosotros en el respeto a la diversidad. Nos convertimos así en élderes
Pero la sociedad industrial que heredamos, se resiste a perecer. En ella el sistema educativo llevaba a sus individuos por un camino determinado. Creaba hombres para seguir líderes, para insertarse en cadenas de montaje, para no criticar y seguir instrucciones. Se construían las pseudo-democracias en las que nos encontramos en las que el pueblo no gobierna, sino que lo hacen los gobiernos. Sobre ellos el individuo después de introducir una papeleta no tiene ningún control real, solo teórico e inefectivo. Como mantiene Penrose.
Llegan nuevas épocas. Quizá como se habla por ahí de Acuario. El levantamiento del velo. La época de las verdades. Pero la verdad conlleva asumir la responsabilidad del cambio interno en cada uno de nosotros.
Para ello es necesario ya no solo una inteligencia emocional, sino una inteligencia afectiva o espiritual.
Nada de esperar a que las empresas, los gobiernos, las grandes instituciones cambien el Mundo. Nosotros somos los protagonistas de ese cambio, ético, ecológico para nosotros y para todo lo visible e invisible de la naturaleza, cooperar, crear en red, comparar, reciclar nuestras emociones, reutilizarlas para crecer, reusar lo aprendido para construir un mundo más saludable física, psicológica, energética y espiritualmente.
Para ello, pese a las velocidades de las tecnologías tal vez es necesario parar, como mantienen todas las tendencia slow, food, thinking, living… me paro. Repensar y no dejarnos hipnotizar los realidades creadas que no son la nuestra sino hologramas de acumulación de datos. El observador cambia la realidad y la crea. Es otra de las premisas de la mecánica cuántica. Para ello tomo distancia y responsabilidad sobre mí mismo y evalúo la información que me llega. Trato de que sea asimilable y trasmutada en sabiduría y me pregunto y te pregunto:
• ¿Eres consciente de que tu cambio es el cambio de todos? • ¿De que la velocidad de ese cambio es cada vez mayor?
En esa dinámica de los nuevos paradigmas:
• ¿Cómo podría ser mejor? • ¿Cuál es tu gran sueño? • ¿Cómo lo vas a conseguir? Y • ¿Cómo sabrás que los has conseguido?
El sueño de cada uno de nosotros, el mío forma parte del campo de los sueño del Mundo. Es mi responsabilidad. Nadie lo va a crear, ni lo va a realizar ninguna institución, líder, gobierno, guru lo va a llevar a cabo por ti. Si no sueñas tu sueño, lo soñarán por ti.
Y está relacionado de manera instantánea con todo el universo, tal vez por el entrelazamiento cuántico y a una velocidad cada vez más prodigiosa. El factor de multiplicación de la tecnología ha de tornarse cada vez en el factor de aceleración del corazón. Desde ahí llegan los cambios del elderazgo. Y eso es responsabilidad únicamente mía. Nadie me lo va a regalar. Soy yo quieren lo voy a conquistar. En estudios que se han hecho en los hospitales las personas a punto de morir no se duelen de lo hecho, si no de aquello que no han llevado a cabo.
Tengo una vida. Tienes una vida. Uno de mis grandes s sueños es no dejar que los datos me despisten y no delegar en quien no está interesado en que el cambio se produzca. Mi cambio es el cambio de mundo. Mi gran sueño es el sueño del Mundo. Y se contagia con rapidez, de manera masiva.
Educar es raramente una experiencia con un único sentido; puede ser una experiencia común, una aventura sin precedentes. Es la vía natural. Enseñar es liberar energía.
En enero aparecerá la nueva obra del escritor Juan Peláez sonreír en el hospital.
Con este libro, el autor trata de poner un punto de ilusión, de alegría, de esperanza en la vida de todos aquellos que tienen que pasar por un hospital. anima a los que tienen que acompañar a los ingresados, a los médicos, enfermeras, auxiliares, celadores, cocineros, farmacéuticos, personal de la limpieza. En los tiempos que corren de desmantelamiento sistemático de lo público y empeoramiento intencionado de los servicios sanitarios, es una bocana de esperanza.
Tras muchos años de ardua investigación y después de haber visto en la tele los anuncios de las emp
resas aseguradoras, he llegado a la conclusión de que todo el mundo pasa en algún momento de su vida por un hospital. Y como no hay mejor medicina que la preventiva, creo que usted debe estar preparado para ello. A lo largo de «Sonreír en los hospitales» vamos a entrenarle para que se lo pase lo mejor posible.
Estas páginas conocerá los diferentes tipos de ingreso, los nombres de los medicamentos y la jerga hospitalaria, qué ocurrirá si va a tener un hijo, cómo promocionarse para atraer a las visitas con las que le apetece compartir la experiencia hospitalaria o alejar a los que son «densos y pegajosos»…
Así como qué tipo de enfermo es y cómo se adaptará durante su estancia. En definitiva, aprenderá
todo lo que necesita para vivir cómodamente en un hospital.
Seguramente los médicos, personal de enfermería, celadores, porteros, personal de limpieza… se verán reflejados en estas páginas.
Le advertimos que leer este libro crea adicción. Aún está a tiempo de no hacerlo. En caso contrario, no seré responsables de las consecuencias que pueda acarrearle.
Sepa que es imposible dejarlo y… entonces comenzarán los problemas con su mujer porque nunca l
a saca de paseo, con su marido porque le tiene abandonado y no le dice palabras cariñosas; con sus hijos porque los encerrará en sus habitaciones para que no armen follón… Perderá a sus amigos, a sus ligues y ¡por supuesto! a su suegra que le tachará de pervertido al preferir estas páginas a su encantadora hija.
No se asuste. También le reportará una serie de beneficios. Va a superar el miedo que le tiene a
los hospitales y recuperar el buen humor perdido.
Por último, nuestra mejor palabra de aliento para todos los que están ingresados en un ho
spital, sus familiares y los profesionales que los cuidan.
N°. de páginas: 232
Tamaño: 210×297
Interior: Blanco y negro
Maquetación: Pegado
Acabado portada: Brillo
ISBN Acabado en rústica: 978-84-938403-4-1
P.V.P. 16 euros en papel, 3 euros en formato electróncico.